“Si los nuevos gobiernos municipales
pierden la capacidad de movilización ciudadana quedarán muy debilitados”
El geógrafo Oriol Nel•lo se adentra
en el análisis de los nuevos movimientos urbanos que ponen en cuestión el
sistema político y social actuales. Se plantea los orígenes, hacia dónde van y
qué futuro pueden tener propuestas salidas de la ciudadanía que han llevado a representantes
de estos movimientos a las alcaldías de Barcelona, Madrid o Coruña. Lo hace
en el libro "La ciudad en movimiento: crisis social y respuesta
ciudadana" ('Díaz & Pons Editores').
¿De
donde viene su interés por los movimientos sociales?
Toda mi vida me he ocupado
de temas urbanos. Cuando estudias la ciudad te das cuenta de que no son sólo
las instituciones, las empresas, los técnicos, los que las configuran. Hay
otros agentes que condicionan, que construyen ciudad, y unos de los más
decisivos son los movimientos sociales.
Cuando llegué al Parlamento,
en 1999, en representación de una fuerza política nueva, me vino a ver, día
tras día, semana tras semana, una cantidad enorme de gente para hablar de
conflictos territoriales: molinos eólicos, escuelas, vertederos, paisaje,... En
ese momento, existía la idea de la cultura del No, la cultura del NIMBY ('Not
in my back yard', 'No en mi patio trasero'. Unos lo veían como puro egoísmo de
los que no quieren en su casa lo que aceptarían en casa de cualquier otro y
otros lo defendían como la semilla de una nueva cultura democrática, una nueva
cultura del territorio. Desde mi perspectiva personal, política, con una
interpretación optimista, me gustaría más que fuera la segunda idea que la
primera. Claramente no era la primera pero no acababa de ver que fuese la
segunda. Del cuestionamiento de estos principios salió el libro '¡Aquí, no!'.
Compañeros de cinco
universidades públicas catalanas analizamos dieciséis casos. Vimos que intervenían
elementos como el aumento de la importancia del lugar en el contexto de la
globalización. La paradoja de que en un juego de todos contra todos aquello en
lo que te especializas pasa a ser muy importante. O la idea del lugar como
refugio, del paisaje como identidad. O cosas más contingentes como las
carencias de la administración.
Tras
el "¡Aquí, no!" vino "Barrios y crisis"
Lo hicimos en el marco del
Instituto de Gobierno y Políticas Públicas de la UAB (IGOP). Estaban
interesados por las iniciativas de innovación social. Quizás son más
'prácticas' que 'movimientos' sociales: bancos de tiempo, nuevas formas de
producción, cooperativas de consumo, plataformas de afectados por la hipoteca, esplais solidarios,... Las contrastamos
con la evolución de la ciudad y, en particular, con la forma como los grupos
sociales están asentados.
En todos estos estudios,
además de la preocupación académica está la interpelación de lo cotidiano. Como
por ejemplo lo que está pasando ahora mismo a nivel institucional, que hace que
Barcelona, Madrid, Santiago, Cádiz, Zaragoza, Valencia (según como lo mires),
están gobernadas, de repente, por personas que proceden no de fuerzas políticas
establecidas sino de movimientos sociales. Esto no había pasado, quizás, ni en
1979. Es una interpelación muy fuerte.
Es a este conjunto de
cuestiones al que trata de dar salida "La ciudad en movimiento".
Quiere no tanto dar respuestas sino plantear estas cuestiones de manera que
quien lo lea piense y actúe en consecuencia. Reivindico que al escribirlo tenía
una voluntad académica y otra directamente política. Qué hacemos como
ciudadanos ante esta realidad.
La
primera pregunta que se plantea es el impacto de la crisis sobre la ciudad
Los movimientos de los que
hablamos han tenido una proliferación extraordinaria en los últimos años.
Tienen un empuje enorme. Uno de los mitos que ha habido es que la crisis no ha
ido acompañada de conflicto social. El anuario del Ministerio del Interior, que
es una fuente poco explotada, incluye, por ejemplo, la relación de las acciones
colectivas disruptivas, las manifestaciones, por comunidades autónomas y por
provincias, por temas y organizadores, año tras año. Es espectacular el aumento
del número de manifestaciones que se produce entre los años 2006, 2007, y los
años 2011, 2012. Se multiplican por diez. Hay una ebullición y un cambio de
temática.
Si, de 1996 a 2007, la
temática principal de muchos de los conflictos había sido la defensa del
territorio, la calidad de vida, el medio ambiente, el impacto de la crisis hace
emerger cada vez con más fuerza los temas sociales.
Si los movimientos crecen y
cambian de carácter, ¿qué relación tienen con la evolución y lo que pasa en la
ciudad? Es de lo que trata la primera parte del libro.
Considera
que la relación entre crisis, ciudad y territorio ha sido menospreciada en el
análisis político y social
Así es. En cambio es uno de
los aspectos fundamentales de las transformaciones sociales que estamos
viviendo. A todos los niveles de escala. Al nivel de escala planetaria es,
precisamente, la capacidad del capital de liberarse de sus raíces territoriales
lo que rompe el equilibrio entre capital y trabajo. Después de la Segunda
Guerra Mundial en todas partes o en España después del inicio de la transición
se estableció un pacto según el cual los grupos sociales subalternos aceptaban
las reglas de juego capitalista a cambio de la promesa de una mejora continuada
de las condiciones de vida, de la salvaguarda de unos derechos básicos y de una
vejez segura. Es esto lo que se ha roto ahora y si esto se ha roto es porque en
un contexto de globalización económica el capital puede moverse
territorialmente con plena libertad mientras que los otros siguen ligados al
territorio como si fueran siervos.
Esta variable territorial es
a menudo poco comentada. Como también es poco comentado que lo que pasa en la
ciudad, donde vive la gran mayoría de la población, tiende a incrementar los
efectos de la crisis.
¡Qué
paradoja!
La tradición del urbanismo
europeo había conseguido que la forma como unos y otros viven en la ciudad -los
que menos tienen y los que más tienen- fuese ciertamente diversa pero la
distancia en el acceso a los servicios, en la calidad de la vivienda, etcétera,
era más pequeña que la que los separa en términos de renta. En términos de
renta puede haber un salto de 1 a 12 o de 1 a 20. En términos de acceso a los
servicios, de calidad del entorno, la distancia no era tan grande.
Con la desregulación de las
políticas y el aumento de la segregación urbana, la separación entre la forma
como viven en la ciudad los grupos sociales se va pareciendo cada vez más a la
distancia que los separa en términos de renta. Esto amplifica y hace más grave
el impacto de la crisis. La función compensadora, atemperadora de las
desigualdades sociales que tenían las ciudades, tiende a perderse. Por tanto,
no es de extrañar que surjan muchos movimientos, iniciativas que no sólo tienen
la ciudad como escenario sino que se plantean la ciudad como objeto de
reivindicación. ¿Cómo funciona? ¿Qué se puede hacer para mejorarla, para que
los servicios lleguen a todas partes? Esta es la relación que existe entre el
impacto de la crisis y la emergencia tan fuerte de los movimientos urbanos.
¿Qué
cuestiones ponen sobre la mesa los movimientos sociales?
Esencialmente tres. La
primera, el patrimonio colectivo, los bienes comunes, el agua, el espacio
público, los equipamientos, los servicios y los derechos. En un contexto en el
que este patrimonio colectivo es o privatizado o está bajo ataque, los
movimientos lo defienden y también buscan formas alternativas de proveerse de
estos bienes o servicios, al margen de las instituciones o del estado. Los
bancos de alimentos, los bancos de tiempo, las ocupaciones,... Las empresas, el
Estado, no nos garantizan estos bienes. Creemos, pues, espacios de autonomía
social que lo hagan.
La segunda cuestión es la
justicia social, el derecho a la ciudad. En una ciudad que tiende a hacerse
cada vez más desigual, los movimientos plantean que no sólo todo el mundo debe
tener un acceso razonadamente equitativo a la renta y a los servicios sino que
la ciudad entera debe tener una calidad mínima. En todas partes debe haber una
cierta dignidad urbana.
Y la tercera cuestión es la
calidad democrática. Cuando las formas institucionales de representación, los
partidos políticos tienen muchas dificultades para canalizar las pulsiones e
iniciativas ciudadanas, los movimientos plantean una mayor transparencia,
proximidad, nuevas formas de gestión,...
¿Tienen
suficiente capacidad para incidir en estas cuestiones?
El sociólogo Manuel
Castells, en el libro "La ciudad y las masas", hace 30 años, ya afirmaba
que los movimientos urbanos plantean los grandes temas de nuestro tiempo pero
que quizás no lo hacen ni en la escala ni con los medios adecuados. Podemos
tener la tentación de decir esto. Sin duda para dar respuesta global a
problemas globales, cada uno de estos movimientos no tiene suficiente entidad.
A base de huertos urbanos no resolveremos el problema del cambio climático.
Pero estos movimientos ponen en marcha procesos que están teniendo unos efectos
importantes: cambio de la agenda política, transformaciones institucionales, la
forma en que muchos ayuntamientos -y no sólo ayuntamientos- están adoptando
formas nuevas de gestión y prestación de servicios,...
Ada
Colau, Manuela Carmena… ¿pueden aspirar a hacer grandes cambios de fondo en
nuestra sociedad?
Esto depende en muy buena
medida, del carácter y la solidez de los movimientos que han impulsado los
cambios. Estos responden de manera muy mayoritaria a impulsos solidarios, a
esperanzas y indignaciones perfectamente justificadas. Pero tienen también sus
debilidades.
Muchos de los movimientos
urbanos mitifican el pasado. Tienen una cierta voluntad de volver a un pasado
mítico que quizás no ha existido. Por ejemplo, es dudoso que en la sociedad
pre-capitalista donde había una mayor propiedad comunal no hubiera tensiones e
injusticias enormes, aunque la propiedad privada no tenía el mismo papel que
ahora.
También se mitifica la
comunidad. En una sociedad cada vez más rota, más individualista, todos tenemos
la necesidad de pertenecer a un club, a una comunidad, pero las comunidades
tienen intereses contrastados e, incluso, en ocasiones, contradictorios. Es
difícil, dudoso, que la solución pase por los municipios libres.
Hay que analizar quiénes son
los protagonistas de estos movimientos. En mucha de la literatura sobre los
movimientos sociales, el análisis de las características sociales casi no está.
Analizamos movimientos sociales sin tener en cuenta el componente social. No digo
que haya que ir a perseguir el 'carácter de clase' del movimiento, como decían
nuestros padres, pero debemos entender que la acción colectiva se produce
seguramente porque las personas tienen unos intereses y unas necesidades que
están en muy buena medida condicionados por el lugar que ocupan en la sociedad.
No nos podemos detener en
decir que hay un corte generacional y, por tanto, que son los jóvenes los que
impulsan los movimientos. O que hay un corte tecnológico y que son los nativos
digitales. Sin duda, esto contribuye a explicarlo y también las formas de
movilización y la mayor propensión a participar. Pero hay otro aspecto a tener
en cuenta: ¿Quiénes son estos movimientos en la sociedad? A quién representan
mayoritariamente? De ello depende su capacidad transformadora.
En
"Barrios y crisis" se analizaba la segregación urbana con mapas
Hicimos los mapas de
segregación urbana, Cogimos todas las secciones censales de Cataluña y buscamos
allí donde se reúnen las situaciones de segregación extrema, los barrios de
renta más baja y los de renta más alta. En la Región Metropolitana de Barcelona
sale muy claramente dibujado el corredor del Besòs, el eje del Ripoll, algunos
barrios de L'Hospitalet, las urbanizaciones nacidas de parcelaciones ilegales
de los años sesenta o setenta.
Si la capacidad de elegir el
lugar de residencia es el resultado de la relación entre el nivel de ingresos
que tiene un individuo o una familia y el precio del suelo y la vivienda, los
que tienen menos recursos también tienen menos posibilidades de elegir dónde
asentarse. Van a parar allí donde los precios son más bajos. Lo curioso es que
la segregación actúa también y con muchísima fuerza no con respecto a los que
menos tienen sino a los que más tienen. Su tendencia a separarse de los demás
es también muy fuerte. Y los encontramos en los municipios del interior del
Maresme, la corona que va por Les Corts, Pedralbes, Sarrià-Sant Gervasi,... Y
por otro lado, por detrás de Collserola, Matadepera, ...
E hicimos también el mapa de
la innovación social. El IGOP encontró setecientas iniciativas de innovación
social. Las hicimos cartografiar y nos salió Gracia, Vallcarca, Horta-Guinardó,
Sant Andreu, Sant Martí, Sants-Montjuïc, etcétera... Cuando miramos los dos
mapas vemos que las iniciativas de innovación social no se concentran en los barrios más segregados por arriba o
por abajo.
En
teoría se podría pensar que estos movimientos estarían en los barrios con más
necesidades
No parece que sea así porque
hay una relación también entre el capital social que tiene la gente en los
barrios y su capacidad de organizarse. En un barrio donde ha habido un gran
recambio de población, donde se ha cambiado el 40, el 50, o el 60% de la
población, como ha ocurrido en algunos, en el periodo 1.996-2007, o donde hay
una grave situación de desestructuración familiar y de descomposición social,
la capacidad de organizarse para dar respuesta es más pequeña.
Es interesante y bastante
preocupante. Las iniciativas que son del todo necesarias para paliar los
efectos de la crisis y plantear alternativas están todavía circunscritas a
barrios que tienen más capacidad de dar respuesta que otros que están en una
situación peor.
¿Este
hecho tiene repercusiones a nivel político y electoral?
Seguro que sí. Es muy
difícil de encontrar la relación causal pero está claro que sí. En muchas de
las elecciones celebradas hasta ahora, si comparamos la participación en los
barrios segregados por arriba, por abajo y los intermedios, nos sale que casi
no hay ninguna sección censal en los barrios segregados inferiores que tengan
más propensión a participar que la media mientras que casi todas las secciones
censales de los segregados por arriba tienen mayor tendencia a participar que
la media.
Esto introduce un sesgo muy
importante en los resultados electorales. Si los que menos tienen tuvieran la
misma propensión a votar que los demás sectores sociales los resultados serían
muy diferentes. Será muy interesante, cuando dispongamos de datos detallados,
ver cuál ha sido el comportamiento electoral de los diversos barrios en las
elecciones del 20-D.
¿Cambiarían
mucho los resultados electorales?
Normalmente, nos explican la
distribución política como un juego de cuatro cuadrantes, con los valores
derecha-izquierda y catalanismo-españolismo. Los movimientos sociales nuevos
indican que con esta distribución no es suficiente. Que hay, al menos, un eje
que tiene en un lado la mayor implicación, participación de los vecinos y en el
otro el carácter más gerencial, institucional, profesional de la política.
Uno de los temas que
plantean con mucha fuerza los movimientos urbanos es esta cuestión. No sólo el
tema social o nacional sino el de la calidad democrática, la forma de hacer
política. Fuerzas políticas que no están tan alejadas en el eje nacional o
izquierda-derecha se diferencian, aparentemente o realmente, por su posición en
la transparencia, la proximidad, las nuevas formas de gestión, la organización
de la propia fuerza política,. ..
En
el libro dice que los movimientos sociales han cambiado de objetivos, que les
preocupan cosas diferentes que hace unos años
Han tenido un cambio de
carácter. En el período anterior muchos de los movimientos se caracterizaban por
ser muy defensivos. Se denominaban 'Salvemos', 'Defendamos', ... Eran
reactivos. Ante una agresión exterior se defendían, reaccionaban. Eran locales,
monotemáticos en la mayoría de los casos. Se centraban en un tema y un lugar
concreto. A menudo reivindicaban un cierto carácter apolítico: 'Defendemos la
tierra, no hacemos política', 'Con las instituciones, con los políticos no
queremos saber nada',...
No en todos los movimientos
pero en muchos se está pasando de una actitud reactiva, defensiva, a una
actitud más ofensiva, propositiva, tal vez forzados por la misma situación de
crisis. Lo que era muy local tiende a articularse a niveles diversos. Los temas
ya no son tan aislados y dan lugar a programas más globales. Y, por último,
quizás lo más interesante es que en vez de decantarse por la antipolítica hacen
política y dicen que la hacen. Más aún, se proponen conseguir espacios
institucionales.
Y
lo han hecho
Los analistas clásicos de
los movimientos sociales dicen que lo que les permite conquistar sus metas y
asentarlas es transformarlas en normas, en conquistas que obligan a todos. Y
eso significa pasar por la institucionalización. Entrar en las instituciones,
conquistar en ellas espacios a partir de los cuales conseguir transformaciones
es una señal de madurez.
Esto tiene riesgos. En 1979
los tuvo. Muchos exponentes de las asociaciones de vecinos entran en las
administraciones, consiguen espacios muy importantes, transformaciones, pero,
al mismo tiempo, como ha explicado muy bien Marc Andreu, las asociaciones
declinan mucho.
Ahora
puede pasar lo mismo con los movimientos que han apoyado Ada Colau, Manuela
Carmena, las mareas,...
Es uno de los retos que
tienen: ver cómo consiguen estar dentro de la institución con capacidad de
transformación y, al mismo tiempo, mantener una parte de la ciudadanía
movilizada. Si pierden la capacidad de movilización ciudadana les debilitará en
sus objetivos institucionales. Y al revés si no consiguen entrar y consolidarse
en las instituciones es muy difícil que consoliden sus posiciones.
¿Cuajarán
los experimentos de los nuevos ayuntamientos con gobiernos formados en los
movimientos sociales o se estrellarán?
Si lo miramos desde la
perspectiva urbana, territorial, que es lo que yo he trabajado más, lo que ha
pasado es enorme. Si nos hubieran dicho hace cinco años que las mayores
ciudades españolas estarían gobernadas por fuerzas políticas derivadas de
movimientos ciudadanos no nos lo habríamos creído. Yo no me lo habría creído.
Es un gran cambio, extraordinario.
Veo acciones interesantes.
Por ejemplo, la coordinación que están haciendo entre las principales ciudades.
Si fueran capaces de darle un contenido no sólo político sino también de
políticas concretas, esto tendría una capacidad transformadora muy grande. Si
todos estos ayuntamientos se ponen de acuerdo en reclamar un nuevo sistema de
financiación del transporte público, que es un problema extraordinario que
tienen todas las grandes ciudades españolas; si se ponen de acuerdo en impulsar
determinadas formas de vivienda; si se ponen de acuerdo en impulsar nuevas
formas de gestión de los servicios públicos ... pueden alcanzar grandes metas.
Gobiernos municipales y
movimientos pueden actuar juntos, en determinadas acciones. Pueden coproducir
políticas. Esto es completamente nuevo y puede dar resultados potentes. Aquí
veo una semilla de transformación, de cambio, muy grande.
¿Lo
conseguirán?
Eso pasa porque sean capaces
de llenarlo de aspectos contingentes, cotidianos, palpables. Si esta
coordinación de los gobiernos de las grandes ciudades es capaz de engendrar un
programa de actuación de este tipo es una de las derivas más esperanzadoras del
escenario político actual.
En
Cataluña existe el ingrediente específico del nacionalismo, convertido en independentismo
en los últimos años
El factor nacionalista tiene
relación con lo que comentaba del renacimiento del lugar, dar más importancia
al lugar donde vivimos. Es normal. En un contexto en el que nuestras vidas
están gobernadas por flujos que no entendemos y que, clarísimamente, no gobernamos,
nuestro espacio cotidiano nos aparece como un mundo comprensible, alcanzable,
refugio. Nos preocupa mucho lo que ocurre. Y de ahí esta reemergencia, esta
pulsión de destacar mi lugar, mi país, mi nación. En el caso catalán hay,
obviamente, la falta de resolución del encaje con España. El fracaso del
intento de reforma del Estatuto de 2006 ha sido un factor que la ha exacerbado.
Yo no lo vería
necesariamente contradictorio con la evolución de los movimientos sociales. De
hecho, el movimiento independentista es ante todo un movimiento. Marina
Subirats lo explica muy bien cuando dice que ante el desconcierto había esta ‘utopía
disponible'. Es una fórmula muy acertada. Tiene aspectos que pueden llegar a
converger con los otros movimientos: 'Votemos', 'Hagamos un referéndum',
'Sepamos lo que la gente quiere verdaderamente' son aspiraciones de radicalidad
democrática. Quizás el callejón sin salida en que nos encontramos sería
reconducible en este sentido.
Siscu Baiges